La ciudad sin rey, sin salvaguarda alguna. Hecha fulana por sanguinarios espías. Tomada, invadida, hecha suya irrevocablemente por el mortal lapsus que eclipsó al futuro.
Edificios huecos de cimientos mortecinos; su cenicienta piel se desprende y yace seca como hojarasca por las aceras.
No fluye el río ya, sino un llanto que se arrastra carmesí.
A parpadeos, árboles de corcho con coronas de espino expían por haber querido beber del sol.
Alienada, ajena a sí misma, se descompone para dejar de haber sido y ser nada.