20 abril 2008

Rey, sí. Pero pastor.

Dawidh no era guerrero, era pastor.

Dawidh no batallaba contra los hombres, sino contra las bestias que mataban a sus ovejas.

No tenía infinita espada, sino breve honda.

No buscaba reinos que conquistar, tenía la tierra a sus pies.

No necesitaba una corona sobre su cabeza porque ya tenía un cielo.

No se cubría de dorado metal, sino de blanco corazón.

Buscando a sus hermanos conoció a Goliat y el temor que despertaba en los demás.

Dawidh se enfrentó no al guerrero Goliat, sino al gigante que amedrentaba el espíritu de su pueblo, a la tormenta que encongía los corazones y al abandono de la esperanza de los hombres. Y desplegó, ante el enemigo de todos, el que nos atenaza por dentro, su arma. No grandiosa y tronadora, pero sí rápida y mortal.

Goliat cayó y el pastor que había en Dawidh también. El guerrero despertado nunca se extinguiría: le entronaría. Rey, sí. Pero pastor.

Sombras



Despierto. Apenas hay sonidos. Miro. Un poco de luz atraviesa las cortinas y se hace camino hasta el techo. Veo fragmentos de vida, sombras observadas desde mi mundo privado. Es un tempo detenido, es el aquí y el ahora, es el virtuosismo de la contemplación, es un teatro blanco con actores de carbón que caminan, se detienen, caminan...

Protagonistas indirectos de mi inesperada mirada, aún somnolienta. Me muestran el pulso de la ciudad, siluetas en el tiempo, como una película muda, en blanco y negro. Caminan, se detienen, caminan...

Sombras chinescas que dejan volar mi imaginación. Ánimas. Anónimas. Efímeras. Esencia de mi inspiración. Y todas, todas... Caminan, se detienen, caminan...