Siempre
me ha costado levantarme por la mañana.
No
era persona hasta que pasaban un par de horas después de haberme levantado.
Apenas
podía hablar y estaba más en mi mundo que en este.
Escuchaba
el eco de los sueños, que sonaban igual que las voces que se oyen bajo el agua,
y que se sienten como si estuvieras en el vientre materno.
Pero
en los últimos meses he comenzado a entrar en una especie de rutina que me
permite levantarme casi de forma automática y seguir adelante el resto del día,
casi igual de automáticamente, y hasta parecer que soy igual que el resto.
Estoy
consiguiendo diluirme y pasar inadvertido en esta insípida sopa que es la vida
de los otros.