Cayó la iglesia, haciéndose añicos.
Se derrumbó el hospital, con sus médicos e instrumental.
Desapareció el gobierno, dejando al pueblo para siempre.
No se volvió a ver policía alguno, pareciendo no haber existido nunca.
Caín y Abel se secaron. El padre olvidó al hijo y este a su semilla.
Las sombras se hicieron una, grande y merodeadora, que cazaba compungidas almas.
Tanto cayó, tanto desapareció, que de las calles solo quedó un adoquín en el que sostenerse. Siendo este y no otro en el que encontrar apoyo, qué necesidad tenía, qué deseo no colmado.
Rodeado de un entorno futurible, un adoquín era lo único realmente necesario para mantener lo único tangible: el ahora.
Siniestra sombra acechante que lame frente y nuca. Regocíjate en el escalofrío que quiebra la espalda; pero conoce que dentro del hombre, solo pude haber luz.