14 febrero 2010

El adoquín

Cayó la iglesia, haciéndose añicos.

Se derrumbó el hospital, con sus médicos e instrumental.

Desapareció el gobierno, dejando al pueblo para siempre.

No se volvió a ver policía alguno, pareciendo no haber existido nunca.

Caín y Abel se secaron. El padre olvidó al hijo y este a su semilla.

Las sombras se hicieron una, grande y merodeadora, que cazaba compungidas almas.

Tanto cayó, tanto desapareció, que de las calles solo quedó un adoquín en el que sostenerse. Siendo este y no otro en el que encontrar apoyo, qué necesidad tenía, qué deseo no colmado.

Rodeado de un entorno futurible, un adoquín era lo único realmente necesario para mantener lo único tangible: el ahora.

Siniestra sombra acechante que lame frente y nuca. Regocíjate en el escalofrío que quiebra la espalda; pero conoce que dentro del hombre, solo pude haber luz.