09 septiembre 2009

La proeza del Elemento

Su voz resonaba en mi cabeza. Estaba frente a mí como un actor que con visceral pasión busca sin conseguir que un telón ponga fin a su dramático destino. Su monólogo era una espiral condenada a no tener fin, por no obtener una respuesta. Sus palabras describían la pregunta que era la infinita representación del eterno egoísmo: cómo era posible que hubiera grandes países, países desarrollados, que permitiesen la miseria y el hambre de otros.

¿Cuántas veces la lujuriosa lengua del deseo te humedece el cuello ante lo nuevo, lo que no se tiene, lo que no se posee?. Comparativamente con esos países pobres, uno se siente mal: entran remordimientos.

¿Por qué si el alma humana puede sintonizar con el llanto de sus hermanas, también puede mirar hacia otro lado, olvidar con facilidad?. Un escudo egoísta que solo unos pocos han desechado.

Tal vez, la razón de la supuesta pasividad de toda una nación, podía tener respuesta en un solo individuo. Vi entonces, más allá de todo número, hilos de tenue luz que salían del pecho de cada persona y se dirigían al cielo. Allí se unían, enroscándose como un tornado, sosteniendo el mismo cielo y formando un poderoso tronco, grueso y de cegadora luz blanca: la luz de una nación. Qué persona puede reclamar a la nación que dirija su luz para el auxilio de otra, si esa persona no mueve su hilo luminiscente para mirar al dolor y recordarlo.

Que si un hombre quiere puede cambiar las cosas, no es algo que el silencio haya ocultado. Sí la decepción, sí la desesperanza, sí la apatía. Humana es la voz que clama ayuda y, por humana hermandad, se ha de recordar el dolor.

Qué terriblemente simple: el total, como suma de las partes, no es indivisible. Los elementos son los que le permiten cambiar, fluir. He aquí la proeza del Elemento. El hilo que dirige la luz de una nación.

17 mayo 2009

La imagen que lleva su nombre

Domingo y de camino por el Rastro encontré un sendero de baldosas amarillas que me llevaron por la acera paralela del cotidiano mundo.

Encuéntralos. Pon un nombre a cada nuevo descubrimiento. Bautízalos a todos.

La cerilla de la creatividad se enciende al frotar nuestro fósforo interior, con la sólid
a realidad. La llama de la imaginación prende de un gesto que no debes olvidar.

La aguja que cose realidad y fantasía está en la virtuosa mano que no olvida que la Historia siempre fue y seguirá siendo Interminable. Y en esa historia de realidad fabulada encontrarás:


Perelín, la selva multicolor...





El túnel de luz que habremos de cruzar, la puerta al otro lado...





La simpleza y la complejidad del rostro humano...




La fatal caricia del Vesubio...




El infinito dilema entre detenerse o seguir...


Sí, has de nombrar cada nuevo descubrimiento. Cada centella de irrealidad. Busca la imagen

12 abril 2009

No hay más...

No hay más reino por llegar que el tuyo.

No mayor salvación que tu perdón.

No más virtuosismo que la luz de tu palabra hecha obra.

No hay más paz que la que tú concedes.

Ni más protectoras alas de ángel custodio que tu amor abrazando.

Ni mirada, ni retrato, ni biografía más auténtica que tú.

Ni más fiel amigo que llore o ría con más libertad que tú.

Del todo me abstraigo, no hay más que tú... Sé tú...

01 marzo 2009

La laguna

El agua es un cristal movido por el viento, dentro del cual todos somos Alicia.

Mirar el fondo del agua es, sencillamente, ver. Verte. Verlo. Mirar el otro lado, contemplar la otra posibilidad, la muchas veces olvidada.
Las emociones son las mantas que adorablemente nos protegen del traidor engaño y las cristalinas aguas que nos revelan su fondo.

Sí, en el fondo está todo...
Aguardan los niños que no escuchamos. Los niños que ahora estiran sus delgaditos brazos para hacerse recordar...



Y también la emoción creativa que se hace extremidades para escapar de la yerma roca que apenas late ya, y que la come viva...



Y, a pesar los años, sigue yaciendo nuestra Ofelia...



Todo está en la laguna... Calma sus aguas. Mira su fondo. Escucha su RanaVerde.

09 febrero 2009

Lo que hice...

Saqué un hilo de mi corazón y lo uní al Sol, para que una cálida gota siempre me alimentase.

Dejé que mis pies enraizasen, para recordar a cada momento quién era.

Extendí mis brazos al cielo, alargando infinitamente mis dedos y, convirtiéndolos en velas, escapé del puzzle en el que debía encajar.

Respiré el aterciopelado recuerdo de mi infancia para dar un soplo de vida a mis ahogas esperanzas.

Amé al odio que me cercó con las espinas de una rosa bella y terrible. Y, así, esta olvidó sus espinas y dejó volar sus pétalos al viento allanando mis pasos y bañándome en su aroma.

Dejé por el camino lo que poseía, perdiendo poco a poco el recuerdo de quien era. Ajeno a mí, me descubrí, y vacío de toda carga me preparé para tomar lo que quería.

Y ahora, donde quiera que me dirija, guardo en mi mano una semilla dorada. Una vez su luz me iluminó cuando todas las demás desaparecieron.

01 enero 2009

Enero para Marchino

Al cuchillo de enero, se le guarda en el cajón.

Al acantilado acerado de enero, se le cambia por una verde pradera.

Del frío enero, uno se abriga con una manta de abrazos.

Al ciego enero, se le da un bastón de nubes de algodón, para que encuentre un camino más dulce.

A los picos saltones y entrometidos de enero, se los derrite con un sol de chocolate.

A la acera dura de enero, se la cubre con una alfombra roja y mullida.

A la cuesta de enero, se la mira desde arriba.

A las malas nuevas de enero, se les leen cuentos bonitos.

Y al estridente chillido de enero, se le cantan nanas escritas con miel.

Feliz cumpleaños, Marchino.