19 enero 2007

La espera

Esperas, colas, esperas, colas, esperas, colas, esperas, colas, esperas, colas...

Miras, miras mucho. Miras al último que se pone en la cola. Miras al primero porque le va a tocar pasar. Miras a la pareja que está hablando. ¡Hablando!. ¡Alguien tiene fuerza para poder hablar y contar algo entretenido!. O no porque también puede ser muy aburrido y esperas a que termine esa verborrea. Miras a quien pasa de largo. Miras al que se quiere colar y al que solo quiere preguntar. Miras todos, t-o-d-o-s, los letreros con y sin letras para leer. Miras en la mochila el libro que no has traído. Miras de pie. Miras sentado. Miras escuchando música. Miras jugando al móvil. Miras las paredes y las puertas. Miras el techo. Miras las papeleras. Miras los quicios de las puertas. Miras las ventanas sin vistas. Miras al suelo cansado de mirar y no ver. ¿O sí?...

Porque de repente ya no estás esperando en un edificio. Ahora estás en el campo, viendo un césped con flores.



Y te acercas y hueles una.



No lejos, hay un laberinto formado por canales de agua en el que un tesoro rojo espera a que te conviertas en Teseo.



Y rápido, muy rápido, se te cruza un corredor que está a punto de llegar a la línea de meta.



Sí, este sitio está bien. Pero ahora has de volver. Te toca. Adiós a la espera. Así que te montas en tu Mini y circulas por la autopista de vuelta.

15 enero 2007

Hogar Chapopó

Hace frío en la calle. Entro al portal. Hay luz. Miro al espejo que envuelve toda la entrada: pena, cansancio acumulado y el que falta por venir. El buzón solo tiene publicidad. Escaleras. Cada escalón es un peso más que se acumula. Primer piso: silencio, vacío. Escaleras, escalones, más peso, hambre. Segundo piso: ruido, caos. Se apaga la luz. Escaleras, escalones, más pes... Luz.

Luz de plata. Hay luz en la ventana de la cocina que da al descansillo. Viene del apartamento de los Erasmus. Un español y dos franceses. Solo recuerdo el apellido de uno: Chapopo... Tan distinto... Se oyen sonidos culinarios. El ajetreo en la cocina me hace imaginar a jóvenes preparando la cena, con alegría e ilusión. Siento como la armadura que llevo cae al suelo, rendida. Me está apeteciendo meterme en la cocina y preparar algo rico para cenar. Me alegro. Abro la puerta mi casa y siento que he llegado al hogar.