14 octubre 2007

Abrigo de musgo


Andaba solo, ensimismado, perdido sin búsqueda. Destemplado como solo puedes estarlo dos veces al año. Con un hilo de Ariadna entre mis dedos que se extendía hasta el corazón de un agujero negro. Otoño.

Y entonces me sumergí en él. Casi inabarcable. Casi algodón gris. Una cúpula de perla ceniza que me acercaba el cielo a mis manos. Un abrigo de musgo me cubrió de mis pesares. Puso a mis pies una alfombra de hojas multicolor y tiñó de rojo y verde greñas salvajes que crecían en las casas. Él. Tercero de cuatro hermanos. Sereno y rompedor.