14 febrero 2010

El adoquín

Cayó la iglesia, haciéndose añicos.

Se derrumbó el hospital, con sus médicos e instrumental.

Desapareció el gobierno, dejando al pueblo para siempre.

No se volvió a ver policía alguno, pareciendo no haber existido nunca.

Caín y Abel se secaron. El padre olvidó al hijo y este a su semilla.

Las sombras se hicieron una, grande y merodeadora, que cazaba compungidas almas.

Tanto cayó, tanto desapareció, que de las calles solo quedó un adoquín en el que sostenerse. Siendo este y no otro en el que encontrar apoyo, qué necesidad tenía, qué deseo no colmado.

Rodeado de un entorno futurible, un adoquín era lo único realmente necesario para mantener lo único tangible: el ahora.

Siniestra sombra acechante que lame frente y nuca. Regocíjate en el escalofrío que quiebra la espalda; pero conoce que dentro del hombre, solo pude haber luz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En estos tiempos en los que todo cae o decae, en los que ya no nos responden los que supuestamente custodian la espiritualidad, la sabiduría, el poder cambiar las cosas, el amor, la cultura... no nos queda más salida que apartar la mirada de todos y buscar dentro de uno, y en los ojos del desconocido que encontramos en el camino. "La luz del corazón llevo por guía" escribía Villamediana y después Luis Rosales en "La casa encendida". Y Jorge Guillén escribía también sobre la luz este verso maravilloso que abría la puerta a la esperanza: "Hacia una luz mis penas se consumen". Ojalá nuestras penas se consuman a la llegada de la luz interior. La luz exterior ya está aquí, escondida entre las nubes traviesas de la primavera. Y en tu blog también hay mucha luz, Rana Verde.